Nota publicada en la Revista Bank. Edición de Marzo.2015
El debate por el próximo programa económico apenas arranca
Argentina está en recesión desde hace 3 años y tiene una inflación de 2 dígitos desde hace 8 años. El sector privado está inmerso en una maraña de controles y regulaciones asfixiantes. La presión tributaria es récord, pero no tiene contrapartida en bienes públicos ni de cantidad ni de calidad acordes. Como si todo ello fuese poco, el soberano está en default y aislado del mundo.
Durante su segundo mandato, Cristina Fernández de Kirchner contó con el beneficio de la duda. La opinión pública, empresarios, políticos, analistas y periodistas apostaron una y otra vez a que, una vez llegado el momento, la presidente corregiría el rumbo. Pero una y otra vez la presidente optó por reafirmar el modelo. Después de todo, para qué cambiar algo tan exitoso a los ojos de ella y de sus seguidores. Al menos eso es lo que parece surgir después de escuchar la apertura de sesiones ordinarias del Congreso del pasado 1ro de Marzo, donde la presidente repasó los “logros de su gestión” y las “bondades del modelo”.
Por lo tanto, va quedando claro que no habrá corrección de los desequilibrios macro en lo que queda de este gobierno. Y, si la hay, no será proactiva, sino reactiva y desordenada y forzada por la propia dinámica económica y/o política. Aun cuando creemos que este escenario, de corrección no deseada, tiene una probabilidad de ocurrencia no trivial y no debe dejarse de lado, el consenso es que este gobierno logrará entregar el poder en condiciones similares a las actuales, y que será el próximo gobierno el que tendrá que ocuparse de esos desequilibrios macroeconómicos.
Por el momento, las características del programa que deberá aplicar el próximo gobierno no es materia de preocupación o de debate público. Pero sí lo es en el día a día de los equipos de los candidatos presidenciales, y entre economistas y politólogos. También, paulatinamente, algunos empresarios empiezan a demandar algunas pistas respecto de qué se puede esperar, bajo diferentes escenarios políticos, en cuanto a lineamientos y políticas macro. El diseño de un programa integral involucra una gran cantidad de definiciones y muchas de ellas dependerán de lo que suceda en los próximos diez meses y de cuál será el estado de la economía que reciba el próximo gobierno. Pero hay algunas cuestiones que pueden plantearse y debatirse previamente. Una de ellas, el falso dilema de corto versus largo plazo. Otra, el dilema de gradualismo versus shock.
– Corto versus Largo Plazo: Está claro que el desafío que enfrentará el próximo gobierno será doble. Por un lado, habrá que estabilizar una situación macro descontrolada; y, por el otro, habrá que hacer las reformas institucionales y estructurales necesarias para la modernización y el crecimiento económico con inclusión sustentable. Pero en qué orden? O mejor dicho, hay un orden que debe seguirse? Claro que no hay políticas que puedan dividirse taxativamente entre las que tienen sólo efectos de corto plazo y las que tienen efectos sólo de largo plazo. Pero en el diseño de un programa habrá algunas que se aplicarán con objetivos claramente de corto plazo y otras cuyos resultados esperarán verse en un tiempo más largo. Habrá urgencia por estabilizar. Los costos de la incertidumbre nominal ya están a la vista. El próximo gobierno heredará una economía que estará atravesando la recesión más larga de los últimas 5 décadas. Pero, aun cuando es probable que se consiga, por algún tiempo, estabilizar en el corto plazo la macro, sin que se haga nada con una visión transformadora de largo plazo, dicha estabilización es sólo una condición necesaria pero no suficiente para asegurar el crecimiento económico sustentable. Además, hay que evitar la amenaza de la complacencia. El riesgo de conformarse con la estabilización y la recuperación que ella traerá es muy alto. Por lo tanto, creemos que el programa debe atender ambos frentes en simultáneo.
– Gradualismo versus Shock: este dilema puede abordarse desde diferentes puntos de vista. Y existe mucha literatura relevante al respecto. Pero en estas líneas nos basta con preguntarnos de qué manera nos aseguramos que las políticas y las reformas efectivamente se hagan. No nos debería importar tanto cuán rápido o cuán lento se hagan las cosas, sino que se hagan. Y, en tal sentido, la opción del shock luce más atractiva. Porque, aun cuando las reformas se anuncien todas juntas, la implementación de las mismas será gradual. Además, existe abundante evidencia empírica que indica que aquellas iniciativas que no se anunciaron al inicio de un mandato, rara vez pueden anunciarse y mucho menos implementarse una vez pasado cierto tiempo en el gobierno. Resulta aconsejable aprovechar adecuadamente la “luna de miel” y el mandato para hacer cosas que el triunfo electoral suponen.
Se trata entonces de elaborar un programa. Más precisamente, de un programa integral. La idea de programa ha sido dura y frecuentemente criticada durante los últimos 12 años. Se la asoció con las recomendaciones de política del Consenso de Washington y de los organismos internacionales (FMI y Banco Mundial) de los ‘90. Programa se hizo sinónimo de políticas de ajuste. Pero, más allá de esas críticas, entendemos que la noción de programa no debe abandonarse. Sintetiza correctamente la idea de un trabajo coordinado en varios frentes; con lineamientos claros y transparentes; con políticas de aplicación sistemática y continua. Contar con un programa permite modelar expectativas y monitorear los avances del gobierno en el logro de sus objetivos. Esto es central, porque, sin un programa que ponga en blanco y negro los objetivos y las políticas que se pretender implementar para alcanzarlos, no hay posibilidad de evaluar resultados ni de hacer los ajustes de velocidad que a veces resultan necesarios. Un programa es la mejor manera de no perder de vista los fines últimos que se persiguen, sobre todo si en determinadas circunstancias algunas decisiones deben ser revisadas.
Tan importante como el diseño del programa es su implementación y comunicación. Para ello, resultará crucial contar con un equipo ministerial capaz de ejecutar todas las iniciativas, donde cada uno de los responsables se identifique plenamente con los objetivos del presidente y esté dispuesto a ponerlos en práctica siguiendo un cronograma (de ser posible público) muy estricto. En efecto, otras experiencias de reforma económica y cambio estructural exitosas muestran que la clave de su éxito ha sido la combinación de cuatro ingredientes claves: 1) voluntad política al máximo nivel del Ejecutivo y de sus representantes parlamentarios; 2) un equipo de gobierno solvente e idóneo, capaz de trazar los lineamientos generales del programa, pero conocedor a la vez de los “detalles”; 3) una buena dosis de mística, fundamental para dejar a un costado los egos, privilegios e intereses personales o sectoriales; y 4) cierta cuota de flexibilidad, que permita ir ajustando la velocidad del programa sin descuidar cuáles son sus objetivos últimos o fundamentales.
En resumen, los desafíos que enfrentará la próxima administración no son ni pocos ni sencillos de resolver. No sólo por la propia magnitud de los desequilibrios macro que se fueron acumulando durante los últimos años, sino también por la clara y evidente decisión del gobierno de Cristina Fernández de no hacer absolutamente nada para aliviarle la carga del ajuste a quien asuma la Presidencia en diciembre de 2015. Así, los márgenes de error con los que contará el próximo gobierno durante las primeras semanas/meses de gestión serán relativamente escasos. Lo que refuerza la necesidad de que los equipos de los principales candidatos presidenciales se pongan a trabajar cuanto antes en el diseño de un programa integral que sirva para cumplir el doble objetivo de estabilizar la macro y, al mismo tiempo, implementar las reformas estructurales e institucionales imprescindibles para el crecimiento económico sustentable.