Terminé de formarme como economista durante la hiperinflación de fines de los 80 y empecé a trabajar profesionalmente en 1994 durante la crisis del tequila (junto a Miguel Ángel Broda). A pesar de haber vivido como economista profesional la bonanza macroeconómica de buena parte de los años 90 y la de los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner, estoy seguro de haber escrito más notas para alertar sobre las debilidades macro y los riesgos de crisis o simplemente describir alguna que para describir un presente soñado o plantear un futuro optimista sobre la Argentina.
Hay una frase adjudicada a Mario Vargas Llosa, pero que no le pertenece, que dice que hay tres tipos de países: los desarrollados, los que están en camino de desarrollarse y la Argentina. ¿Será así? ¿Habremos renunciado irremediablemente al desarrollo? Porque la pregunta de si vamos camino a una nueva crisis significa que tuvimos una antes que no resolvió de manera sustentable o permanente ninguno de los problemas que provocaron la caída o que no generó ningún aprendizaje.
Desde 1914, nuestro país ha tenido 21 crisis macroeconómicas. Si tomamos el significado usual de crisis como sinónimo de oportunidad, quiere decir que venimos desaprovechando una oportunidad ¡cada cinco años!
¿Qué podríamos hacer distinto esta vez? Claramente, si caemos de nuevo en alguna de las recetas del pasado, volveremos a repetir situaciones del pasado. El empecinamiento prescriptivo es un camino seguro a otra crisis. Si el próximo presidente quiere ser efectivo para generar un verdadero cambio de clima y poner a la Argentina en un sendero de desarrollo sustentable, tendrá que sorprender, y para eso deberá pensar y actuar «fuera de la caja», proponiendo una hoja de ruta distinta de las que hemos recorrido hasta aquí. Para simplificar, hablaremos de tres aspectos centrales de lo que debería tener una propuesta superadora: el aspecto fiscal, el monetario/cambiario y el estructural.
En materia fiscal, llegó el momento de bajar impuestos (pero en serio) y de hacer una reforma tributaria integral. Nuestro sistema tributario es el resultado de parche tras parche. No está pensado de manera sistémica. Así como está, se trata de un sistema desquiciado que no contempla ningún objetivo de asignación de recursos (no favorece la inversión, ni el ahorro, ni el empleo, ni las exportaciones), como tampoco está claro que tenga un resultado positivo sobre la equidad. La otra cara de la moneda de esa rebaja de impuestos tiene que ser una profunda reforma del Estado y del gasto público. Hay que desindexar los componentes atados a la inflación y hacer los ajustes que resulten necesarios para eliminar gastos de naturaleza política.
La baja de impuestos hay que calibrarla con la eliminación casi total de los subsidios económicos (indirectos) al consumo de energía y el transporte. Solo debería mantenerse un subsidio para los consumidores de menores ingresos bien dirigido y asignado de manera directa y no indirecta (vía precios), como se hace actualmente.
La moneda es clave
En cuanto al régimen monetario/cambiario, está claro que venimos evitando un debate crucial acerca de si podemos tener una moneda propia sana. Hemos probado de todo y todos los programas han fracasado. Todos terminaron igual: aceleración inflacionaria, devaluación y eventualmente una crisis. La demanda de dinero y el tamaño del sistema financiero y del mercado de capitales en moneda local son insignificantes. La bimonetariedad, a pesar de que quiera ser reprimida, es un hecho irreversible e inmutable de nuestro código genético. Ninguna propuesta monetaria puede esquivarle el bulto a este tema y, más que evitar o reprimir la bimonetariedad, hay que permitirla e inicialmente favorecerla y fomentarla. Pensar en regímenes represivos (controles de cambios, regímenes duales, impuestos, etc.) es seguir condenando al ahorro local y al sistema financiero a la insignificancia actual.
En cuanto al componente estructural, no solo hay que ocuparse de las reformas que se caen de maduro, como la del mercado de trabajo. No será fácil hacer una economía más competitiva si no se trabajan otras cuestiones estructurales claves, como la educación. Porque de qué sirve una reforma laboral si no pensamos qué sistema educativo formará a esos trabajadores, o cuál será el rol de las empresas en ese proceso de formación, etc. Asimismo, la Argentina es una economía hiperregulada y en los últimos años no se avanzó demasiado en la materia. La asfixia regulatoria no es privativa de ningún mercado (el laboral, por ejemplo) ni de algunos sectores, sino que es generalizada. Hay que desregular y re-regular de manera masiva.
Algún lector podría decir: «Pero… no hay nada nuevo en esta propuesta. Ya hemos leído propuestas similares». Puede ser. Pero la idea es no quedarse en el terreno de la propuesta. Esta tiene que llevarse a la acción y allí estaría lo verdaderamente nuevo, lo revolucionario, lo sorpresivo. Se ha gastado mucha tinta y mucha saliva escribiendo y hablando de estos temas, pero nunca se encontró la energía necesaria para intentar llevarlos a la práctica de manera integral y con perseverancia. Porque no alcanza con avanzar en un frente, hay que hacerlo en todos y a un mismo tiempo.
Economista, director de Perspectiv@s Económicas