Por Luis Secco
En momentos en que el éxito –en términos sanitarios– de una cuarentena demasiado temprana y extendida en el tiempo se ve relativizado por un ritmo de contagios y de muertes de los más altos del mundo, las autoridades económicas y políticas intentan exaltar las bondades de las medidas económicas adoptadas para enfrentarla. Pero, la situación pre-pandemia de la Argentina no era la misma que la de la mayoría de los países del mundo y muchas de esas medidas lejos de reducirlos han engrosado la magnitud de los desafíos que hay que enfrentar para que la economía pueda crecer y generar empleos bien remunerados. Veamos:
Desequilibrio fiscal creciente. Las necesidades de financiamiento del Sector Público Nacional ascenderían este año a unos 13 puntos del PBI. Se podría pensar que el año próximo desaparecerán algunos de los factores que explican semejante expansión del déficit, pero si la economía no se recupera de manera ostensible es dable pensar que algunos programas de excepción seguirán vigentes, o bien que se impulsarán otros similares. En tales circunstancias, no será fácil lograr que se reduzcan las necesidades de financiamiento del soberano a niveles compatibles con una mayor estabilidad nominal y mayor confianza en el peso.
Exceso de pesos y restricción de divisas. Precisamente, como consecuencia del desequilibrio fiscal más el pago de intereses de las LELIQ, el pasivo del Banco Central aumentaría en 2020 en el orden de AR$4,000,000,000,000 (cuatro billones de pesos), multiplicando por dos el tamaño del pasivo de inicios de año. Al mismo tiempo, los dólares que genera el superávit comercial resultan escasos para todos los usos que los argentinos queremos darle (a pesar del súper-recontra-cepo) y los que están en las reservas del BCRA siguen cayendo mes tras mes. La escasez de moneda estadounidense se agrava como resultado del excedente de pesos y no hay en el horizonte motivos para que ni esta última ni aquella se reduzcan y mucho menos se reviertan.
Falta de crédito y de inversiones. Dejar atrás el default es un paso importante para recuperar cierto acceso del soberano al crédito local e internacional. Pero no alcanza por sí solo para lograr flujos de divisas suficientes como para financiar una rápida expansión de la demanda agregada interna. Es cierto que hay muchos dólares atesorados por el sector privado que podrían “volver” a circular internamente. Pero para ello hay que generar confianza y un clima de inversiones muy diferente incluso al que había antes de que pronunciáramos la palabra Coronavirus.
Pobreza y hambre. Si ya eran un desafío antes y durante la pandemia, lo seguirán siendo y probablemente aún más después de ella. Y por diversas razones. En primer lugar, porque la mayor recesión de la historia tendrá consecuencias duraderas sobre el empleo y el ingreso de la mayoría de los argentinos. Segundo, porque el desequilibrio fiscal y monetario promete una aceleración inflacionaria que más temprano que tarde terminará licuando los ingresos reales de toda la población. Y, por último, porque la pobreza en Argentina tiene características estructurales, que no se resuelven con políticas o medidas compensatorias asistencialistas.
Economía poco competitiva y baja rentabilidad privada. El Estado debe ocuparse de generar un ambiente de negocios que favorezca la competitividad y la rentabilidad del sector privado. Pero ese no es el caso hoy, ni era el caso antes de la pandemia. La presión tributaria es confiscatoria, la sobre regulación y los controles atentan contra cualquier resabio de rentabilidad y de libertad del sector privado para invertir y hacer crecer sus negocios. Y sin inversiones no hay forma de generar empleo y mucho menos, bien remunerado.
Volatilidad normativa y estado de derecho. El problema no es sólo de exceso de regulación y elevada presión tributaria. Los cambios recurrentes en materia normativa y regulatoria, el uso abusivo de DNU y decretos presidenciales, las disposiciones del BCRA, de la AFIP y de otros entes en todos los niveles de gobierno, producen incertidumbre y costos casi imposibles de soportar por el sector privado. El estado de emergencia permanente atenta contra la estabilidad de las reglas de juego y la apropiación de los beneficios de las inversiones realizadas. Además, las medidas que se adoptan so pretexto de la emergencia, tienden a sobrevivirla indefinidamente, en detrimento de derechos y obligaciones constitucionales.
Obsolescencia de infraestructura básica. La inversión pública sigue siendo escasa y limitada a obras que tienen visibilidad mediática pero que no contribuyen a mejorar la oferta y reducir costos claves como los del transporte y la logística. Vale la pena en este punto una mención a otro aspecto de la inversión que es clave para el crecimiento y el desarrollo sustentable: la inversión en capital humano. Mejorar el acceso y la calidad de la educación (tanto en el ámbito escolar como laboral) sigue siendo una asignatura pendiente con consecuencias muy negativas sobre el potencial de crecimiento de largo plazo de la economía argentina.
Ausencia de un programa económico y empecinamiento prescriptivo. La necesidad de una hoja de ruta que marque el rumbo y los instrumentos con los cuales encarar de manera integral todos los desequilibrios y obstáculos coyunturales y estructurales anteriores, no es sólo un reclamo caprichoso que hacemos algunos economistas insensibles y trasnochados. Hay que pensar fuera de la caja y dejar de lado el estatismo y el empecinamiento prescriptivo que vienen condenando a nuestro país a crisis recurrentes y al crecimiento constante de la pobreza.
Falta de consensos políticos básicos (“la grieta”). La denominada grieta es mucho más que una fuente de titulares periodísticos; es un obstáculo enorme a la construcción de una Argentina con chances de revertir el fracaso económico de las últimas décadas. Lamentablemente, en lo único que parece ponerse de acuerdo la mayoría de la clase política nacional es en aumentar el tamaño del Estado, en cobrar más impuestos y en regular y agobiar cada vez más al sector privado, cuando lo que necesita la nuestra nación es exactamente lo contrario.
Por último, dejo este punto en blanco para que lo complete usted querido lector, porque seguro que olvidé alguno.
En síntesis, los desequilibrios macro, estructurales e institucionales de la Argentina no han cambiado y siguen siendo los mismos que la definen desde hace décadas. No estamos condenados al fracaso permanente, pero no podemos pecar siempre de originales o de querer empezar por el final. La estabilización macroeconómica, la creación de un marco institucional y un clima favorable a los negocios y la competitividad privada son pasos previos indispensables incluso para tener un Estado capaz de generar, de verdad, una mayor igualdad de oportunidades y un mayor progreso social.
*Economista, Director de Perspectiv@s Económicas.
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