Para el autor, la inestabilidad y la inflación no se resuelven con atajos ni soluciones mágicas.
Por Luis Secco
Dir. de Perspectiv@s Económicas
En la Argentina, los programas de estabilización o planes económicos cuyos nombres pueden ser recordados (la más de las veces por lo mal que terminaron, más que por sus virtudes o sus logros) refieren casi siempre al régimen monetario o cambiario que los definió o caracterizó: la “Tablita” de Martínez de Hoz, el Plan Austral, el Plan Bonex, la Convertibilidad, el cepo de Kicillof.
En un país en el que la inflación y la volatilidad nominal han sido los personajes centrales de su historia económica no debería sorprender que esto sea así. Recordemos que, de los últimos 70 años, en sólo 13 hemos tenido una inflación de un dígito. Y 6 de esos 13 años fueron durante la Convertibilidad y tres con Néstor Kirchner.
Por lo tanto, si se pretende dar una señal contundente de cambio de régimen económico y generar un shock de expectativas, es lógico pensar que el camino pase por una clara señal de cambio en materia monetaria y cambiaria. En tal sentido, ni la salida del cepo ni las metas de inflación primero o el crecimiento de la base monetaria igual a cero después, sirvieron para transmitir esa señal durante estos años de la administración Macri.
Y, aunque la hubieran dado, tampoco habrían servido porque el resto de las políticas (la fiscal a la cabeza) siempre fueron inconsistentes con el objetivo de estabilización nominal.
Con estos antecedentes, la discusión abierta esta semana sobre la necesidad de desdolarizar la economía, expresada por una de las economistas del equipo del presidente electo, puso el dedo en la llaga de cuatro campos o aspectos centrales de la estabilización macroeconómica que la Argentina tiene por delante: En materia monetaria, ¿qué sucederá con el sistema en dólares? ¿No habrá más intermediación bancaria en la moneda estadounidense? ¿Se está pensando en pesificar lo que aún queda de depósitos en dólares, que hoy ya son la mitad de lo que eran el día previo a las PASO?
El sistema financiero argentino es el más pequeño de la región (salvo los de Haití y Venezuela) y desdolarizarlo lo haría, cuanto menos, aún más pequeño. Si se intenta ir un poco más allá, prohibiendo las transacciones y/o todo tipo de atesoramiento de dólares, las consecuencias negativas sobre la actividad económica y el mercado de capitales resultan muy difíciles de predecir.
En materia de deuda pública, ¿qué sucederá con la deuda en dólares? ¿La reprogramación implica pesificación? Si esto fuera así, la consecuencia sería una negociación mucho más dura y, por lo tanto, significaría más tiempo fuera de los mercados voluntarios. Cuanto más tiempo se pase sin financiamiento, mayor será la dependencia del fisco del financiamiento que le pueda dar el BCRA (el único prestamista disponible que tiene). En ese marco, a sabiendas de que la oferta monetaria sólo puede seguir creciendo (y a tasas formidables), sería un milagro que la demanda real de pesos se recupere.
En materia de precios, ¿se está pensando en divorciar la evolución del dólar de los precios internos a través de más impuestos sobre las exportaciones, o de tipos de cambio diferenciados, o con atraso cambiario, o con controles/congelamiento de precios, o cerrando la economía, o a través de una combinación de todas esas intervenciones? ¿Qué pasará con los contratos y con los precios en moneda estadounidense que el Gobierno ha acordado en el sector energético? ¿Todo será pesificado? Alguien podría decir: “Bueno, nada nuevo bajo el sol. Esto ya se hizo en el pasado bajo circunstancias similares”. ¡Atención! Que se haga recurrentemente no significa que sea bueno. Porque toda vez que los productores locales no reciben las señales de precios internacionales, la inversión y la producción se resienten rápidamente.
Por último, en el terreno del diseño de un plan de estabilización, surge el interrogante de si el próximo gobierno intentará recrear la confianza y afectar rápidamente las expectativas desdolarizando la economía. El programa que lanzará el próximo gobierno, ¿será recordado como la “desdolarización”? (alguien con cierta maldad podría sugerir “pesificación dos”, dado que desdolarizar y pesificar no dejan de ser sinónimos, pero tal vez lo mejor sea no revivir malos momentos del pasado no tan lejano). ¿Alguien realmente puede creer que una iniciativa tal pueda tener éxito?
Estas son cuatro cuestiones cruciales y todos estos interrogantes son sólo algunos de los muchos que surgen apenas uno empieza a escarbar el tema. Incluso hemos dejado de lado uno que subyace todos los demás: ¿puede la Argentina tener una moneda propia? En los últimos setenta años hemos probado de todo: hemos tenido todos los regímenes monetarios y cambiarios, tratando siempre de preservar nuestra propia moneda. Sin embargo, una y otra vez nos encontramos con que ninguno de ellos logra evitar que la inflación y la desvalorización del peso vuelvan a estar, más temprano que tarde, a la orden del día.
La dolarización es la resultante de un proceso de mutación del código genético de los argentinos: es la respuesta innata (adrenalina pura) frente a la estafa recurrente de la inflación y las devaluaciones del peso. No hay forma de decretar su desaparición. Cabe preguntarse si serviría realmente de algo tratar de revertirla y/o eliminarla imponiendo prohibiciones o controles. Muchas veces se ha intentado que subsista cierta demanda de pesos acudiendo a medidas que la aumentan artificialmente (como el cepo); pero la efectividad de esas medidas es y será muy limitada y acotada en el tiempo.
Como sostuve anteriormente, nuestro país ha probado de todo en materia monetaria y cambiaria pero nunca se probó no tener déficit fiscal. La clase política y una mayoría de la sociedad argentina songasto público-maníacos. Para esa mayoría, la razón de ser del Estado es gastar, lo más que se pueda (y no lo mejor que se pueda), sin importar demasiado cómo se financia ese gasto, si con impuestos o con deuda o con emisión del BCRA. Pero hay límites: luego de cierto punto, los impuestos se vuelven impagables, los mercados no quieren más deuda y la demanda de pesos se desvanece. Hoy estamos atravesando ese preciso momento.
Desdolarizar la economía es una invitación a agravar una coyuntura de por sí crítica. Porque afectaría negativamente al sistema financiero, a la economía real y a los mercados de deuda, mientras que el desbalance actual y futuro entre pesos abundantes y dólares escasos, lejos de reducirse, se agrandaría.
La estabilización macro requiere de políticas consistentes en todos los frentes, diseñadas e implementadas con una visión de conjunto. Sólo una macro estable y sustentable en el tiempo puede lograr que la demanda de pesos se recomponga y que para la mayoría de los argentinos resulte preferible transaccionar y ahorrar en pesos que en dólares. No hay atajos, ni magia, ni alquimia, aunque algunos parecen empeñados en querer demostrar lo contrario.
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