Por Luis Secco
Si las políticas económicas se repiten, no es válido esperar resultados diferentes; en los últimos tiempos, la Argentina ya ha retrocedido.
Hace algunos años, cuando la Argentina sufría las consecuencias del empecinamiento terapéutico del kirchnerismo, recordábamos la famosa cita de Albert Einstein cuando sostuvo que «es estúpido hacer la misma cosa una y otra vez y esperar resultados diferentes». Claro que el empecinamiento es un poco más extremo, porque no solo es insistencia en la terapia, sino también dosis crecientes de la misma medicina.
La evidencia empírica argentina, con algunas pocas excepciones, es un excelente laboratorio para probar la validez de la afirmación de Einstein. Si las políticas económicas que se adoptan son las mismas de siempre, no hay razones para pensar que los resultados puedan ser distintos de los que se obtuvieron en el pasado.
La idea de un programa ha sido dura y frecuentemente criticada durante los últimos 12 años, porque la palabra «programa» se hizo sinónimo de políticas de ajuste. Pero más allá de esas críticas entendemos que la idea de programa no debe abandonarse. Por el contrario, sintetiza correctamente lo que tendríamos que elaborar: un trabajo coordinado en varios frentes, con lineamientos claros y transparentes, con políticas de aplicación sistemática y continua.
Un programa permite modelar expectativas y monitorear los avances de un gobierno en el logro de sus objetivos. Esto es central, porque sin un programa que ponga en blanco y negro los objetivos y las políticas que se pretenden implementar para alcanzarlos no hay posibilidad de evaluar los resultados ni de hacer los ajustes de velocidad que a veces resultan necesarios. El adjetivo integral eleva la idea de programa a una instancia superior y la vuelve todavía más necesaria para la Argentina poselecciones. Porque ¿cómo transmitir la idea de que estamos frente a un «cambio de régimen económico» capaz de terminar con la Argentina del fracaso y las crisis económicas (y políticas recurrentes) si no es a través de un programa integral? Un programa que se ocupe de la inestabilidad macro, pero que al mismo tiempo se ocupe de los desafíos del largo plazo, de la competitividad y del crecimiento sustentable.
El premio Nobel de Economía Thomas Sargent sostuvo que un «cambio de régimen» podría realinear expectativas muy rápidamente y que, gracias a ello, la efectividad de las políticas que se implementan resulta mucho mayor (o, dicho de otra manera, que los costos iniciales del ajuste resultan menores o incluso imperceptibles). Sargent propuso ese marco de análisis en materia de políticas de estabilización de precios, más precisamente en el contexto de episodios históricos de hiperinflación. Pero lo propuesto por Sargent fue aplicado también a otros episodios de rápida reversión de malos resultados de política económica, como la que se produjo durante la presidencia de Franklin Roosevelt, a la salida de la crisis de 1930. Varios autores le han dan crédito a Roosevelt por haber transformado las creencias del público acerca de cómo la economía se comportaría en el futuro: su decisión de abandonar el patrón oro y devaluar el dólar fue una señal muy poderosa de que el quiebre respecto del pasado sería total.
La hipótesis de que un cambio de régimen económico bien diseñado y, sobre todo, bien comunicado puede encender un proceso de crecimiento económico sostenido sin que se generen costos económicos, sociales y políticos insoportables yace en la vereda de enfrente de lo que algunos economistas, como Paul Krugman, han denominado «la trampa de la timidez» (el riesgo de quedarse cortos por temor a las consecuencias de sus acciones). Y es la base sobre la que podría construirse una salida a la coyuntura crítica en la que hoy se encuentra la Argentina.
Pero, como dijimos antes, es casi imposible pensar que un plan integral de cambio de régimen económico pueda darse antes de las elecciones, e incluso es difícil pensar que pueda darse después de las elecciones. Sobre todo, si pensamos que un componente esencial de ese programa son las denominadas reformas estructurales. Basta con ver lo que es el debate público en torno de ellas para confirmar las peores sospechas. No existe ni la más remota posibilidad de que este Congreso con este liderazgo político pueda llevar adelante una agenda de cambio estructural. Porque hay una parte significativa del espectro político argentino que las denigra, mientras que hay otra, mirada con cierta indulgencia por el mercado y el empresariado, que sostiene que son absolutamente innecesarias.
Pero la incertidumbre que signa la dinámica de los mercados de las últimas dos semanas no solo tiene un componente de resignación frente a la ausencia de un programa económico serio e integral y el empecinamiento con terapias antiinflacionarias que no funcionan en ninguna parte del mundo. Tampoco se puede desconocer la incertidumbre que han producido las últimas encuestas presidenciales, las que han reavivado el temor a un populismo que arrancaría pobre, sin recursos disponibles y, por lo tanto, en busca de nuevos botines. Es tan fuerte ese temor que muchos ven en el castigo a los activos de riesgo y al peso argentino de los últimos días un mensaje para que el candidato del oficialismo no sea el presidente Macri sino María Eugenia Vidal, porque creen que la gobernadora de la provincia de Buenos Aires tiene mejor chance que el Presidente para imponerse en una segunda vuelta. Pero, atención, la incertidumbre tiene otro componente cuya importancia no debería subestimarse: sea quien sea el próximo presidente, ¿puede la Argentina salir de la trampa que ha dejado plantada ese populismo?
Las medidas económicas más recientes anunciadas a nivel nacional, acuerdos de precios y subsidios, y las anunciadas por la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, congelamientos tarifarios (!) y subsidios (otra vez), han puesto de manifiesto más que nunca la vigencia de la trampa. A la hora de ganar elecciones hay que hacer lo que se había dicho que no se debía ni se iba a hacer. Y todo el esfuerzo ciudadano y el costo político que se pagó para normalizar la situación tarifaria y racionalizar los precios relativos y las cuentas públicas se están poniendo en juego frente a un escenario electoral adverso. A sabiendas, por cierto, de que luego será difícil retomar el camino del esfuerzo.
Entonces, no es solo como dice el presidente Macri que el mundo tiene miedo de que la Argentina vuelva atrás. La Argentina ya ha dado algunos pasos atrás y queda flotando la pregunta de si podrá y, en tal caso, cuándo retomará el sendero del cambio hacia la normalidad. Es por cierto improbable que el próximo presidente reciba un mandato claro en ese sentido. Y, por lo tanto, hará falta, antes de que la realidad haya urdido su venganza, una gran dosis de liderazgo y convicción, al máximo nivel presidencial, para retomar el camino de la normalización macro e iniciar el camino del cambio estructural. Y hará falta también una gran capacidad de construcción política para viabilizar las políticas que requieren trámite legislativo. Todo lo que no se haga proactivamente se tendrá que hacer luego reactivamente. Los problemas macro y los desequilibrios estructurales se las arreglan para que tarde o temprano haya que ocuparse de ellos. La incertidumbre poselectoral se entremezcla con la incertidumbre preelectoral, un cóctel que promete tensar aún más una espera que sabíamos resultaría larga, plagada de incertezas y de por sí tensa y volátil.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/economia/el-miedo-a-volver-atras-no-lo-explica-todo174x130mm-nid2242119