Estrategia oficial

Por Luis Secco

¿Sabes cuál tipo de plan nunca falla? El no plan. El no tener ninguno. ¿Sabes por qué?… No te puede ir mal si no tienes un plan… No importa qué puede suceder después.

Kim Kik-tae, Parasite

 

La discusión acerca de cuál es el plan o programa económico del gobierno de Alberto Fernández ganó momentum luego de la presentación que hizo el Ministro de Economía, Martín Guzmán, ante el Parlamento sobre la sustentabilidad de la deuda pública. Hasta entonces, el Gobierno había dicho que habría un programa que se conocería una vez renegociada la deuda, y el mismo Presidente había sostenido que ese plan existía pero que no sería dado a conocer de antemano.

Pero claro, la posibilidad de juzgar la sustentabilidad de cualquier propuesta de canje de la deuda pública es casi una utopía si no se conocen los detalles más importantes de ese plan, sobre todo en cuanto a objetivos concretos y políticas concretas para alcanzar dichos objetivos.

Más difícil aún cuando el mismísimo FMI le hizo saber al mercado, a través de un comunicado de su Staff, que quien deberá juzgar si la propuesta es o no sustentable será el propio mercado, que deberá hacerlo en soledad y que es posible que tenga que hacerlo sin saber cuál será el nuevo acuerdo que firmará con el gobierno argentino (lo que implica que no se sabrá cuál será el cronograma y los montos que habrá que devolverle al principal acreedor individual que hoy tiene la Argentina).

Lo único que quedó claro, del lado del Gobierno y del lado del Fondo, fue que el foco de la propuesta que se le hará a los acreedores privados será obtener el máximo alivio fiscal posible. En estas circunstancias, el mercado empezó a prepararse para una negociación difícil, improbablemente amigable y con resultado incierto y eventualmente conflictivo.

Pero, por si todo esto fuese poco, el contexto internacional apunta a hacer las cosas un poco más inciertas y más dificultosas todavía. La aversión al riesgo mostró un incremento significativo ante el agravamiento de los temores de que el brote de COVID-19 (conocido como Coronavirus de Wuhan) se transforme en una pandemia a escala global de consecuencias imprevisibles sobre la economía mundial.

Los activos de riesgo y las commodities mostraron caídas significativas y sólo aquellos percibidos como refugio (el oro y los bonos del Tesoro americano) lograron capear el vendaval de la semana de Carnaval.

Ahora bien, más allá de las consecuencias del brote de COVID-19 sobre el crecimiento del producto y del comercio y sobre la demanda de energía y alimentos a escala global, la corrección misma del precio de los activos de riesgo, de continuar, tendría sus propios efectos.

Una buena parte del crecimiento reciente, sobre todo en los Estados Unidos, se explica por el efecto ingreso positivo originado en la apreciación de dichos activos de los años previos.

En lo que va de este año, los precios de la mayoría de los activos están en terreno negativo así que uno de los factores que estuvo presente en la recuperación previa del crecimiento mundial podría no estar presente ahora. De todas maneras, resta ver cuál será la reacción de parte de las autoridades monetarias y fiscales de las economías desarrolladas (sobre todo en los Estados Unidos en un año electoral). Si se agravara la situación y aumentase la probabilidad de una recesión global, es de esperar que la política económica se vuelva aún más expansiva con el fin de evitarla. No obstante, 2020 arrancó con perspectivas poco favorables para el crecimiento global y, sobre todo, para las economías que dependen del ahorro externo y de las exportaciones de alimentos, energía y metales.

Mientras tanto, una mayor aversión al riesgo de parte de los inversores globales tiene una consecuencia directa que no es trivial sobre el valor de la propuesta de canje de la deuda argentina. Cuando se calcula la pérdida o quita que sufre el acreedor, una variable clave es la tasa de descuento a la que se calculan los flujos de intereses y amortizaciones de los nuevos bonos (la quita se mide en términos de valor presente).

Es probable que dicha tasa, en una situación de mayor incertidumbre global, resulte ahora más alta y que, todo los demás igual (alargamiento de plazos, reducción de los cupones de intereses y recorte del capital adeudado), la quita a la que deberían someterse los acreedores resulte mayor. Cualquiera sea la propuesta argentina, una tasa de descuento más elevada implica quitas más elevadas y, por lo tanto, una probabilidad más elevada de que la propuesta no logre captar el nivel de adhesión requerido. En consecuencia, la probabilidad de que el proceso se termine según el cronograma fijado por el Gobierno hoy es menos probable incluso de lo que lo era hace una semana.

Si bien es cierto que el foco de las autoridades argentinas no parece ser reacceder lo más rápido posible y a tasas razonables a los mercados voluntarios de deuda soberana, con un mundo con más dudas y menos apetito por el riesgo esa posibilidad luce todavía más remota.

Por lo tanto, con la mira puesta en el alivio de la carga de la deuda sobre las arcas del erario público, aumenta el riesgo de que el Gobierno lleve a la mesa una propuesta agresiva que difícilmente sea aceptada. Así, es probable que se alarguen los plazos para una resolución exitosa y que incluso se perfeccione un default sobre la deuda emitida bajo ley internacional, lo cual podría el Gobierno pensar que no sería tan costoso hacer porque, de todas maneras, tampoco hay chances de acceder pronto a los mercados voluntarios.

Además, la evidencia empírica indica que cuando las cosas no salen como se esperaban los gobiernos recurren a dos excusas preferentes: la de “la herencia” dejada por la Administración anterior, y la de “se nos vino el mundo encima”.

La historia argentina reciente es por cierto muy prolífica en la utilización de ambas, y no sólo una después de la otra sino de las dos al mismo tiempo. Podemos estar bastante seguros de que el salvavidas de una crisis global luce demasiado atractivo como para que se deje pasar sin usarlo. La diferencia en esta oportunidad es que no está muy claro qué sería que las cosas no salgan según lo esperado. Porque como dijimos anteriormente, poco (o mejor dicho muy poco) sabemos sobre los objetivos y la hoja de ruta del Gobierno.

Y ese es, precisamente, el problema. Porque supongamos que se consigue el alivio buscado (ya sea porque se cierra una renegociación en los términos y en los tiempos que desea el Gobierno o porque no se cierra ninguna y se inicia una nueva pero en default), está claro que contar con un programa consistente seguirá siendo una condición necesaria clave para que (finalmente) cambien de manera favorable las expectativas y la macro no acelere su deterioro.

 

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