Por Luis Secco

 

Lo que podía salir mal, finalmente salió mal. Y el programa con el FMI, diseñado para llegar al menos hasta las elecciones de octubre, terminó naufragando a pocos metros de la orilla (no quiero quedar fuera de moda, de allí la metáfora náutica). El resultado de las PASO gatilló una serie de eventos desafortunados que desencadenaron las medidas anunciadas durante las últimas dos semanas. Primero, no se renovaron los vencimientos de la deuda de corto plazo del Tesoro (Letes en dólares y Lecap en pesos). Segundo, hubo que cancelar pases en dólares que el Tesoro había tomado con bancos privados por caída de los precios de los bonos que los garantizaban. Como consecuencia de estos dos factores, el Tesoro tuvo que ser financiado por el Banco Central. Y lo que se había prometido que no se haría, se hizo. Y para colmo, se sumaron las declaraciones del candidato de la oposición, que agudizaron las dudas que ya existían sobre la continuidad del acuerdo con el FMI. Un cóctel muy difícil de digerir para los depositantes y los demandantes de pesos, que decidieron demandar dólares contantes y sonantes en lugar de mantener sus depósitos en dólares dentro del sistema o quedarse con pesos en la caja o en sus bolsillos. Frente a este panorama, todas las medidas tomadas pusieron en blanco y negro que las reservas no alcanzaban para atender todos sus usos y, ante esa ya irreversible escasez, las autoridades tuvieron que ordenar sus prioridades. No se usarían dólares para pagar la deuda del Tesoro, de allí el reperfilamiento de vencimientos de cortísimo plazo, el proyecto para reprogramar la deuda local y la propuesta de canjear la emitida bajo ley internacional; tampoco se permitiría comprar a discreción dólares para atesorar, y de allí los controles de capitales. Garantizando de ese modo que los dólares que respaldaban los depósitos del sistema financiero estaban a buen resguardo y libremente disponibles para ser retirados a voluntad.

 

Aun cuando resta ver cómo se acomodan los mercados a las nuevas reglas del juego, una suerte de indulgente complacencia parece haberse apoderado del análisis político y económico en Argentina.

 

 

Se escuchan argumentos de todo tipo para justificar el incumplimiento de los pagos de la deuda pública y la imposición de controles cambiarios. Los cuales, si bien pueden ser la norma dentro de la historia argentina, son claramente una excepción en los países con éxito económico. El más peligroso de todos esos argumentos, a mi juicio, es el de que este gobierno está tomando medidas antipáticas (que lo son) para que el próximo asuma con los deberes ya hechos. Algo así como hacer de la impericia una virtud. Porque si fuera así de sencillo “hacer los deberes”, ¿por qué no todos los presidentes del mundo no hacen magnánimamente lo mismo antes de dejar su cargo? Endeudarse hasta que el mercado ya no quiere más deuda, usar las reservas del Banco Central hasta cuasi agotarlas y entonces reprogramar los vencimientos y establecer restricciones al atesoramiento de moneda extranjera para evitar que dichas reservas se agoten por completo. Se plantea la idea de los deberes hechos con una sorprendente liviandad, como si las medidas adoptadas no tuvieran ningún costo, como si fueran gratuitas (cabría preguntarse en tal caso, ¿cómo a nadie se le ocurrió aplicarlas antes!?). Otra forma de relativizar tales costos es la supuesta transitoriedad de las mismas. Se especula con que el reperfilamiento de los vencimientos de la deuda de corto plazo se podría rever en el próximo vencimiento (sobre todo de la deuda en pesos, Lecap y Lecer) y se usa como argumento adicional la idea de que “ningún país deja de pagar la deuda emitida en su propia moneda”. Quienes sostienen esta posibilidad o bien no agarraron lápiz y papel para hacer los números (para saber de cuánto están hablando y de lo que ello significaría en materia de emisión monetaria), o bien esperan un milagro que haga reaparecer el financiamiento voluntario de la deuda de corto plazo (recordemos que en los últimos dos vencimientos solo se consiguió un 10 y un 5% de renovaciones, lo que llevó a declarar desierta la última de ellas), o bien proponen o desean que se paguen con una megaemisión de pesos. En este último caso, cabe pensar que tal vez haya quienes crean que otro “deber hecho” sería forzar una licuación vía emisión para pagar todos los vencimientos de la deuda en pesos, incluyendo eventualmente la cancelación, por qué no, de las Leliq (“total, ya que estamos…”). Pero de nuevo, ¿es ese un camino recomendable? ¿Es una opción a tener en cuenta? Porque de la misma manera que el default elimina toda posibilidad de financiar inversiones y crecimiento futuro, reduciendo el bienestar de todos, ¿qué podría pasar con una situación social ya muy vulnerable si la inflación se acelerase aún más? Argumentar que es posible llevar adelante una licuación ordenada es pensar cómo imaginaba el Dr. Frankenstein controlar a su criatura. Lisa y llanamente, no existe una cosa tal. También se argumenta que las restricciones cambiarias podrían levantarse apenas se despeje la incertidumbre electoral y asuma el próximo gobierno. Pero la historia indica que estos controles son, primero, más fáciles de poner que de sacar y que usualmente comienzan leves para ir incrementando su severidad en el tiempo. Porque para que puedan moderarse y eventualmente eliminarse se requiere que la demanda de pesos deje de caer y se recupere genuinamente sin tener que recurrir a tasas de interés anabólicas. Y por el momento no hay ningún elemento que permita prever que ello suceda, no al menos en lo que resta de este gobierno ni tampoco en el arranque del próximo (cualquiera sea el que resulte electo). Y mucho menos es factible pensar que pueda funcionar un mercado cambiario totalmente libre mientras subsistan ideas tan alocadas como las que mencionamos en el párrafo anterior. Esto es, no habrá forma de recuperar la demanda de pesos hasta tanto se formule un nuevo programa de estabilización macro que resulte lo suficientemente consistente y creíble como para anclar expectativas que hoy se encuentran totalmente desancladas. Porque, atención, un fogonazo inflacionario podría licuar el problema de la deuda en pesos (no así el de la deuda en dólares) pero no resuelve tan sencillamente como antes la cuestión fiscal y mucho menos la cuestión previsional. Recordemos que buena parte del gasto público y la totalidad del gasto previsional hoy están indexados. Un programa de estabilización consistente y creíble presupone entonces, entre otros desafíos, cortar esa indexación. Un desafío que tendría que encarar la próxima administración en un contexto que, como dijimos antes, ya no resulta nada sencillo en materia de demandas sociales y que es difícil de imaginar en cuanto a su complejidad de mediar ese fogonazo licuador.

 

 

*Economista, director de Perspectiv@s Económicas.

 

Fuente: https://www.perfil.com/noticias/columnistas/lo-que-puede-salir-mal-sale-mal.phtml?rd=1&rd=1