Casi sin darnos cuenta, hemos asistido a un dramático recorte de las expectativas de lo que podemos esperar de la economía argentina en el corto plazo/mediano plazo. Las preguntas ya no son cuánto será el crecimiento del PBI, o a cuánto ascenderán la inversión o las exportaciones. Las preguntas de hoy reflejan otras preocupaciones: cuánto dura o cuánto aguanta esta relativa calma nominal, si se llegará “así” (sin devaluar) hasta las elecciones, si alcanzarán las reservas o si tenderá a profundizarse el estancamiento del nivel de actividad. Todas ponen en evidencia un panorama de fragilidad macro elocuente. Una fragilidad que, de extrapolar el pasado, tendría que haber desembocado en una dinámica de corrección macro del tipo de las que han caracterizado la historia económica de la Argentina de los últimos 40 años.

Pero, este episodio se diferencia de otras situaciones anteriores de fuerte desequilibrios macro en un aspecto transcendental.

Actualmente el gasto público crece unos 10 puntos porcentuales más que los recursos tributarios y la inflación, siendo la variable nominal de mayor tasa de crecimiento (40% anual). La cantidad de dinero, por su parte, crece al 33%, también por encima de la tasa de inflación y del resto de las variables nominales. El nivel de monetización es récord (la combinación de pesos en circulación más depósitos a la vista y a plazo fijo en moneda local asciende a un 28% del producto, el nivel más alto de los últimos 55 años!). Pero esa demanda de dinero está más explicada por el cepo que por un deseo genuino de mantener saldos en pesos. En estas circunstancias, la probabilidad de un descontrol nominal aumenta; y en la medida que la expectativa de un cambio de régimen económico se diluya, también podrían hacerlo las “barreras” que hasta ahora venían conteniéndola.

El problema radica en que el “modelo” económico actual resulta cada vez menos financiable y, por lo tanto, la corrección macro se torna cada vez más necesaria e inexorable. Argentina no podrá volver a crecer sin modificaciones profundas y estructurales del set de política económica actual. Luego de más de una década de acumulación de fuertes desequilibrios, no va a alcanzar sólo con un cambio de nombres y algún que otro retoque de algunas políticas. Pero, el plan puesto en marcha por el gobierno desde octubre del año pasado hace pensar a una importante proporción de la opinión pública que no pasa nada, que no hay grandes problemas. Y que, por lo tanto, no hace falta ningún cambio de políticas. Después de todo el dólar está estable, la inflación volvió al escalón pre-devaluación, ya no caen las reservas y de la mano del gasto público y el Ahora12 el consumo da algunas señales de recuperación. Si esta fuese la dinámica económica con la que este gobierno le entregará la posta al próximo, el humor social no estará preparado para llevar adelante el necesario cambio de políticas. Pero eso no significa que ese cambio no resulte ahora, y con más probabilidad aún hacia fines de año, por cierto muy necesario. Sobre todo porque las políticas que lleva adelante el gobierno para crear esa sensación de calma y bienestar pre-electoral están incrementando notablemente los desequilibrios macro.