Como sucede siempre a fin de cada año, todos nos preguntamos qué nos deparará el próximo… ¿Será mejor, igual o peor que el que termina? ¿Para qué nos tenemos que preparar? ¿Qué desafíos u oportunidades nos esperan? Obviamente muchas de las preguntas sólo tienen respuestas tentativas. De lo único que podemos estar seguros es de la incertidumbre, sobre todo en un país tan volátil como la Argentina.

Pero aun así, podemos trazar algunas líneas sobre lo que nos puede llegar a esperar el 2022:

– La política seguirá pensando que todo se arregla con más política, ignorando que no hay viabilidad política sin viabilidad económica

Lejos de ser parte de la solución, la mayoría de la clase política argentina es parte del problema. Salvo a algunos pocos emergentes, a la mayoría de los políticos no se les cae ni una nueva ni una buena idea. Y, para colmo de males, quienes hoy gobiernan profesan una fe inquebrantable (ni con los ejemplos que abundan por todos lados) en un Estado omnipresente y todo poderoso. Para cada problema, la receta-solución es siempre más Estado (más gasto, más planes, más impuestos, más acuerdos y controles y regulaciones de precios, etc.). La otra cara de la moneda es el agobio del sector privado productivo, que demanda menos Estado (no más), menos regulaciones (no más), menos impuestos (no más) y, sobre todo, menos política y más acciones concretas para salir de la crisis de estancamiento e inflación que acumula sólo cansancio y frustración.

– No va a bajar la inflación

Hay algunas “verdades” sobre la naturaleza de la inflación que no deberían ser cuestionadas. La primera es que sin convalidación monetaria no puede haber inflación. Y eso es así desde hace mucho tiempo (la “inflación de Diocleciano” en Roma en el 300 a.c.; la “revolución de los precios” en Europa en el siglo XVI; etc.). La famosa frase “la inflación es en todo momento y en todo lugar un fenómeno monetario” de Milton Friedman no es una muletilla de los economistas liberales o monetaristas sino una observación empírica. Pero, la persistencia o el sesgo inflacionario de la economía argentina también deja al descubierto otra regularidad, expuesta hace tiempo por Tomas Sargent –otro premio Nobel de Economía–, quien sostenía que la inflación del tipo que tiene la Argentina es siempre y en todo lugar un fenómeno fiscal. Claro está que el nexo entre ambas regularidades empíricas es el financiamiento inflacionario de los desequilibrios fiscales a través del Banco Central.

Con esto en mente, debería estar claro para todos que el Gobierno no puede seguir dándose el lujo de aumentar al gasto a una tasa que está 30 puntos por encima de la tasa de inflación. Resulta imposible desinflar si no se empieza por reconocer que el gasto público crece a tasas totalmente incompatibles con una nominalidad bajo control.

– Las regulaciones, los controles y las prohibiciones seguirán a la orden del día

Como el Gobierno relativiza el funcionamiento de la macro y la urgencia de estabilizarla, lo más probable es que siga apelando a medidas micro y sectoriales para intentar desinflar.

En las últimas semanas se han firmado “acuerdos” para mantener precios (o para subirlos por debajo del promedio) con gran cantidad de sectores y se ha conocido que el aumento tarifario que impulsará el Gobierno es muy inferior al atraso acumulado (respecto de la inflación). Asimismo, todo parece indicar que el actual programa de precios congelados se prorrogará o se sustituirá por otro similar una vez que llegue a su fin dentro de algunas semanas.

La toma de decisiones de inversión y empleo no sólo lidia en el día a día con la mochila pesada de una macro crítica, sino también con la volatilidad y arbitrariedad de normas y regulaciones que atrasan y dejan al sector privado a la merced de cientos de funcionarios que parecen haber sido formados en oscuros rincones del más rancio anticapitalismo.

El Gobierno no puede seguir dándose el lujo de aumentar al gasto a una tasa que está 30 puntos por encima de la tasa de inflación.

– El contexto internacional puede complicar las cosas

A las dinámicas idiosincrásicas de la crisis argentina, se suman los riesgos inherentes a un contexto externo que nos propone un 2022 con vientos menos favorables que los que tuvimos a lo largo de 2021. Porque a pesar de las olas y rebrotes de contagios por Covid-19, el 2021 fue un año de recuperación global con muy buenos precios para nuestros productos de exportación y con un Brasil que traccionó positivamente sobre las cadenas de producción que le exportan.

Ahora bien, en 2022 es probable que los precios de las materias primas agrícolas sigan siendo favorables (aunque menores a los de 2021), pero está en duda si el clima acompañará a la producción. En el caso de Brasil, no se espera que pueda crecer al ritmo que lo hizo este año, a lo que se suman algunas dudas e interrogantes sobre la campaña electoral presidencial que repercuten negativamente en las ya de por sí pobres proyecciones de crecimiento (de hecho, hoy las previsiones son de una expansión casi nula, de apenas 0,4 por ciento).

Asimismo, la irrupción de la inflación en las economías más grandes del mundo promete un aumento de las tasas de interés y unas condiciones financieras menos favorables para el crecimiento global y de los emergentes en particular. No sirve de mucho lamentarse por lo no hecho. Pero está claro que cualquier programa de estabilización y reforma económica tiene más chances de ser exitoso si el contexto internacional juega a favor, que si es neutro o juega en contra.

– No vamos a tener el programa que se necesita

Pero independientemente del contexto, o de su mayor o menor oportunismo, a la Argentina le seguirá faltando un programa integral de estabilización macro y transformación económica que dé señales de cambio y que permita modificar las expectativas. Lamentablemente, creo que como mucho el Gobierno implementará un “programita”, que le permitirá eludir el default con el FMI (aunque no creo que sea algo de manera definitiva). No mucho más que eso.

Creo que el Gobierno implementará un “programita”, que le permitirá eludir el default con el FMI
De ser así, las dinámicas macro de estos últimos años no se modificarán demasiado. La inflación seguirá en el umbral del 3%/4% mensual y la actividad económica, después del rebote de este año, volverá a mostrar su tendencia al estancamiento. El PBI es hoy el mismo que teníamos en el 2019 y, según nuestras proyecciones, recién en 2023 podríamos llegar a tener el mismo PBI que en 2017, que no es muy distinto al que teníamos en 2011. Es decir, son 12 años en los que el PBI no habrá podido escapar de los niveles de estancamiento.

El cansancio y la fatiga que produce el ajuste macro incompleto (digo incompleto porque el único que ha ajustado es el sector privado) son un obstáculo para la recuperación de la demanda agregada. Sin un cambio radical de las expectativas no hay chances de iniciar un proceso sustentable y perceptible de recuperación.

– No se va a superar la escasez de divisas

El BCRA ya no tiene más poder de fuego, las reservas netas no llegan a los USD 2.000 millones. Ni siquiera en un año de ingreso récord de agrodólares y capitalización del FMI, se pudo acumular reservas (salvo transitoriamente a mediados de año). Haciendo cuentas, es prácticamente imposible que el año próximo se puedan incrementar.

Además de la presión que ejerce el gasto público y su financiamiento monetario y un eventual sinceramiento de precios y tarifas que arrastran una fuerte inflación reprimida, la presión cambiaria resultante de la falta de divisas nos seguirá acompañando durante todo el año (quizás con algún que otro respiro estacional). Un eventual acuerdo y programa con el FMI podría ayudar pero, después de tantas expresiones teñidas de política y épica –tal como mencioné anteriormente–, es improbable que resulte en un acuerdo de las dimensiones suficientes para lograr modificar las expectativas.

– El riesgo de entrar en una fase de corrección final de la crisis seguirá siendo muy elevado

Así las cosas, 2022 será otro año en el que viviremos al borde de caer en un fase de aceleración final de la crisis económica que venimos sufriendo desde hace más de 10 años. La escasez de reservas ya es extrema y la inviabilidad fiscal requiere de un ajuste activo del gasto público. No se trata de aumentar o crear nuevos impuestos o de “jugar” con la inflación para hacer de la austeridad un objetivo concreto. Porque atención, tenemos mucha evidencia empírica local (Argentina es un laboratorio de la inflación) que confirma que los gobiernos que han seguido ese camino no han hecho más que empeorar las cosas.

Una inflación desmadrada y una moneda devaluada han sido siempre sinónimo (y no sólo en Argentina) de una autoridad presidencial también devaluada y con dificultades para asegurar gobernabilidad.

El Gobierno tiene su última mejor oportunidad de evitar esa fase de aceleración de la crisis. Pero los tiempos de una macro abandonada a su suerte se aceleran de manera ostensible y amenazante.