En el umbral del segundo semestre, el «vamos viendo» con que la Administración Fernández define su acción de gobierno es una permanente invitación a la aceleración de una dinámica macro insustentable. Y lo sucedido en las últimas semanas no fue la excepción. Las autoridades económicas no pierden oportunidad para confirmar su visión voluntarista de esa dinámica, para mostrar su falta de respuestas y de ideas nuevas para revertir la actual aceleración inflacionaria y para poner en evidencia la improvisación, la falta de coordinación y la precariedad con la que enfrentan la gestión del día a día.

Argentina necesita de manera imperiosa ajustar sus cuentas fiscales para reducir la dominancia fiscal sobre la política monetaria y acumular reservas. El Gobierno debería tener suficiente incentivo para hacerlo, más allá de evitar que se caiga el Acuerdo con el FMI o que tenga que pedir algún waiver durante la próxima revisión de metas. Se trata de diseñar y ejecutar buena y sana política económica, de forma tal de no caer en una fase final de resolución de crisis, y eso claramente no es lo que está pasando. Mes tras mes, los datos fiscales muestran con elocuencia la incapacidad del ministro Guzmán de llevar adelante la consolidación fiscal tantas veces prometida. Una incapacidad que quedó reflejada también en la reciente relajación de las metas que forman parte del acuerdo con el FMI. En particular, la meta de déficit primario vigente para el segundo trimestre se amplió en nada menos que $ 307,000 Millones (+54.3%), hasta $ 874,400 millones. La nueva meta permitiría que el déficit primario de este mes de junio ascienda a $ 410,000 Millones. Tengamos presente que el déficit primario de junio de 2021 fue de $ 242,951 Millones (sin considerar los ingresos excepcionales del «Aporte Solidario» que se produjeron en dicho mes); por lo que la nueva meta permitiría un déficit hasta un 70% más alto que el registrado en junio de 2021. De todas maneras, no hay que perder de vista que en los primeros cinco meses del año, el déficit primario acumulado de 2022 resultó ser $328,535 Millones, casi dos veces y media superior al de los primeros cinco meses de 2021. Y, en particular el impresionante déficit de mayo plantea serios interrogantes sobre lo que podría arrojar el cierre fiscal de este mes.

En cuanto a lo cambiario y monetario, el apretón del cepo a las importaciones anunciado en el arranque de esta semana es también una clara señal de que las autoridades económicas prefieren aferrarse a lo conocido y ver si pueden seguir aguantando con lo que hay. Por el momento parecen haber descartado la posibilidad de una devaluación del tipo de cambio oficial, pero las dinámicas previas y las repercusiones de esa medida sobre el mercado cambiario y de bonos en pesos y, sobre todo, de bonos en dólares (los cuales cayeron hasta un 20% en sus cotizaciones) hacen prever que tendremos más rounds de presiones cambiarias y de dudas sobre la capacidad del Gobierno de hacer frente y/o refinanciar sus vencimientos de deuda. Un acceso más limitado al mercado oficial para hacerse de dólares para pagar importaciones reduce el castigo para operar en los mercados alternativos e incentiva una mayor demanda en esos mercados (o sea, si de todas maneras no se va a poder acceder a dólares oficiales, por qué no cubrirse operando en los otros mercados legales -CCL o dólar MEP-).

Por su parte, si el BCRA continúa interviniendo en el mercado de bonos en pesos, emitiendo pesos y/o LELIQ como contrapartida de los bonos que compra, convirtiéndose casi en el único comprador en firme de esos bonos (con el agregado de la creación de una línea para darle liquidez a los Fondos Comunes de Inversión para que «redescuenten» esos bonos y no se desprendan de sus tenencias a cualquier precio), se va configurando una dinámica que tiene como víctima recurrente al balance del BCRA. Tengamos presente que esto se da por encima del financiamiento monetario del déficit fiscal, que vino ganando en intensidad desde abril y que tuvo su climax durante este mes.

Según la información disponible hasta fines de la semana pasada, los pasivos en pesos del BCRA (base monetaria más letras más pases netos) acumulan un aumento del orden de los $ 930,000 Millones durante junio: nada menos que un 9,8% de incremento en el mes!! Por cierto, no está de más mencionar que dicha expansión no tuvo como contrapartida un aumento de las reservas internacionales del BCRA (ya que el BCRA sólo consiguió comprar reservas esta semana), sino que fue el resultado de su asistencia al tesoro (para financiarle el déficit corriente y la renovación de los vencimientos de bonos en pesos).

Ahora bien, cuánto más crezcan los pasivos en pesos de la autoridad monetaria y más se empioje su balance, la escasez de dólares (que siempre es relativa a la abundancia de pesos) lejos de atenuarse se agravará. Además, en la medida que crezca la percepción de que una devaluación está más cerca, dicha escasez se hará sentir no sólo en términos de stocks sino también de flujos. Las consecuencias son conocidas: menos predisposición a quedarse en pesos y a demandar bonos en pesos, más brecha, más expectativas de devaluación, más inflación y así hasta que la cadena se corte por su eslabón más débil.

El Gobierno podría seguir hurgando en su oxidada caja de herramientas e intentar comprar algo más de tiempo, y alargar el aguante, devaluando tibiamente el peso en el mercado oficial, subiendo algo más las tasas de interés, acordando con los exportadores una mayor afluencia de dólares, renovando los acuerdos y controles de precios y usando al BCRA como su prestamista de última instancia. Pero hay límites. No son ni legales, ni formales ni se derivan del acuerdo con el FMI ya que ni unos ni otros parecen importar demasiado. Los límites los impone la realidad de un gobierno con un presidente débil, con escasos márgenes de maniobra, con un equipo desgastado y poco creíble y que no da ninguna confianza respecto de su capacidad para llevar adelante una gestión amenazada por el riesgo de entrar en cualquier momento (ante cualquier nuevo error de política económica, o shock inesperado) en una fase de aceleración nominal de una magnitud y duración difíciles de prever.