(Texto publicado en Perspectiv@s Económicas 0313)
En los últimos días se planteó desde diferentes sectores (empresarios y sindicalistas) la idea de que el modelo K podría terminar en un proceso parecido al “Rodrigazo” de mediados de los 70s (caracterizado por una situación de extrema inestabilidad nominal y fuerte crisis económica, política y social generada a partir de un intento de ajuste súbito de precios relativos). Las comparaciones son odiosas, pero igualmente vale la pena realizar algunos comentarios sobre este debate:
- Desde lo estrictamente económico, hay similitud en términos de condiciones iniciales y dinámica de las principales variables. El “Rodrigazo” fue la consecuencia cuasi inevitable de varios trimestres de déficit fiscal (y creciente emisión monetaria para financiarlo), presiones inflacionarias contenidas (vía acuerdos de precios y tarifas rezagadas), controles cambiarios, pérdida de competitividad externa y elevada dependencia al contexto internacional. Si bien los órdenes de magnitud son, en varios casos, distintos, todos los “condimentos” macro que estuvieron presentes en aquellos días están también presentes hoy.
- A diferencia de lo que sucedía hacia 1975, hoy el contexto internacional no cambió lo suficiente como para trasnformarse en una fuente de mayores problemas y debilidades. La situación externa, de altos términos del intercambio comercial (con excelentes precios externos de nuestros productos de exportación) comenzó a darse vuelta después del shock petrolero de 1973. Lo que había colaborado para que el Plan Gelbard (Pacto Social e Inflación Cero) tuviera en sus inicios un correlato positivo sobre las cuentas externas, se volvió rápidamente en contra, agravando las consecuencias del atraso cambiario. Hoy los canales de provisión de divisas para la economía resultan mucho más amplios y estables. El cambio estructural vigente en la economía mundial (con fuerte expansión de las economías emergentes asiáticas y su consecuente correlato en términos de elevados precios de commodities, en general, y agrícolas, en particular) y una mayor productividad del sector agroindustrial doméstico siguen permitiendo un flujo de dólares producto del superávit comercial impensado hace 40 años atrás.
- También hay, al menos hasta ahora, una diferencia importante en términos de fortaleza política y condiciones de gobernabilidad. La debilidad política del gobierno de Isabel Perón fue, sin dudas, una condición necesaria para que el “Rodrigazo” termine siendo lo que fue. El plan de ajuste de Celestino Rodrigo tenía defectos que lo hubieran hecho fracasar (no atacaba creíblemente el déficit fiscal y su financiamiento monetario) pero es probable que hubiese tenido un desenlace menos caótico de haber sido implementado en un contexto político distinto (no signado por la violencia armada) y por un gobierno con mayor fortaleza política y credibilidad. La situación actual es todavía diferente en ese sentido. La presidenta Cristina Fernández sigue siendo la figura política más importante e influyente de la arena política doméstica, con pleno control de la agenda politica, mediática, económica y legislativa y todavía con capacidad para adoctrinar y alinear voluntades (sean éstas de políticos, empresarios y/o sindicalistas) detrás del proyecto oficial.
- Pero, más allá de estas diferencias, al igual que a mediados de los 70s, el ajuste de precios relativos es inevitable; se trata de saber cuándo pasará y que podría gatillarlo. Incluso de mantenerse la actuales condiciones exógenas externas e internas favorables (precio commodities, crecimiento emergente, tasa de interés internacional, clima, etc.), la dinámica endógena actual es insostenible en el mediano plazo. Y no sólo eso. Cada día que pasa sin que se intente revertir la distorsión de precios relativos y los desequilibrios macro, la magnitud del ajuste futuro aumenta. Puesto de otra manera, cada día que pasa, aumenta la probabilidad de que deba realizarse o se produzca un ajuste de precios relativos tipo shock (a la Celestino Rodrigo). Pero un ajuste de precios relativos, que necesariamente involucrará una depreciación del peso, sólo sería creíble si es llevado a cabo por un gobierno con márgenes de acción y suficiente poder como para no renegar del ajuste una vez que los sectores perjudicados plantean sus objeciones y reclamos. El ajuste tiene que ser consistente desde el punto de vista macro y para ello se deberá actuar en el frente fiscal y monetario y no es sólo una cuestión de corregir precios relativos, pero al mismo tiempo tiene que ser visto como duradero desde el punto de vista político y social. Y ello demanda no sólo “conocimiento” y equipo sino también altas dosis de gobernabilidad política. Esa es una lección que a esta altura de la Argentina de las crisis debería estar bien aprehendida. Llegar a una situación donde el ajuste se produce porque “no queda otra” tendría efectos negativos no triviales para la economía, para la política y, sobre todo, para amplios sectores de la sociedad.