Por Luis Secco

 

 

La magnitud del desafío macroeconómico que enfrentará el próximo gobierno es mayúscula. La crisis de confianza sigue en pleno desarrollo, la demanda de pesos continúa cayendo y no se vislumbra ninguna fuente de financiamiento no inflacionaria para que el Tesoro pueda hacer frente a su déficit y a sus obligaciones de intereses y amortizaciones de deuda.

Tampoco parece factible que un resultado electoral pueda modificar de un momento a otro el panorama. Tal vez un eventual ballottage y un posterior triunfo de Mauricio Macri podría generar cierta euforia en los mercados y un clima favorable para tomar algunas decisiones «antipáticas» en materia fiscal (desindexación del gasto, por ejemplo). También en el terreno de las especulaciones, podría decirse que existe cierta expectativa de que Alberto Fernández ungido presidente (hoy por hoy es el escenario más probable) pueda dar alguna sorpresa en materia económica, inclinándose por un programa consistente e integral, que persiga el equilibrio fiscal y que genere condiciones para volver a crecer.

Vale la pena una digresión sobre la diferencia entre medidas «agresivas» y medidas «antipáticas». A mi criterio, estas últimas implicarían alguna sorpresa respecto de lo esperable de una gestión de Fernández signada por el populismo. Es decir, cuanto más populista, más agresivo, en tanto que cuanto más sorpresivo («Fernández rubio y de ojos celestes»), más medidas antipáticas que agresivas. Por ejemplo, desindexar el gasto sería una medida muy antipática para sus votantes, pero sería una grata sorpresa en cuanto a que mostraría que es un presidente verdaderamente preocupado por la situación fiscal, que usa el poder/gobernabilidad para hacer lo que hay que hacer.

Esta última posibilidad choca bastante seguido con algunas declaraciones del propio candidato y de quienes lo rodean, que no son fácilmente reconciliables con una economía que reduce sus desequilibrios y en la que se generan incentivos para el ahorro, la inversión y el crecimiento.

Esas contradicciones dejan la impresión de que Fernández comete el error que cometió Mauricio Macri a fines de 2015: subestimar el desafío macroeconómico. En un cóctel peligroso, el candidato propone que la medicina provenga de la política (o de hacer más política). Como si resolver los problemas macro de la Argentina pasara por dialogar y consensuar, sin importar el qué y el cómo.

Pero el diablo está precisamente en esos «detalles» (el qué y el cómo). Y el problema, tal vez no el único pero a mi juicio el más importante, es que quienes están cerca del candidato, tanto en el campo político como en los equipos técnicos que lo acompañan, tienen una gran preferencia (o cierto prejuicio ideológico) a favor de:

*El Estado como actor central en el proceso de redistribución del ingreso, a través de políticas activas fiscales, financieras y de precios e ingresos que pretenden mejorar la equidad, aun cuando ello signifique comprometer una eficiente asignación de recursos y el crecimiento económico.

*La política económica discrecional y la intervención de los mercados por sobre unas reglas de juego estables y transparentes.

La idea que transmiten es que las autoridades pueden fijarse objetivos y alcanzarlos actuando de manera discrecional, priorizando políticas sectoriales y micro por sobre una macro eficiente. Asumen que tienen el diagnóstico correcto, que conocen cómo actúa cada política y que están siempre en condiciones de actuar (de aplicar sus recetas) a tiempo. Lamentablemente, la inclinación por estas premisas, sumada a la creencia de que con política se resuelven los problemas, es casi una invitación segura a un nuevo fracaso.

El autor es economista, director de Perspectiv@as Económicas

Por: Luis Secco

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