El común denominador es la alta inflación, y la ausencia de políticas que promuevan una estabilidad duradera.

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Hacia fines de 2021 una gran mayoría de argentinos nos preguntábamos cómo haría el gobierno para evitar que la inflación se espiralice; cómo haría para evitar que el BCRA se quedara sin reservas; y cómo haría para cerrar sus necesidades de financiamiento. Por aquel entonces, luego de la derrota en las PASO, el ahora Presidente se inclinaba por mostrarse predispuesto a firmar un acuerdo con el FMI, lo que podría servir para no caer en default con el organismo de crédito bilateral y anclar las expectativas en torno a un programa. Del cual no se esperó nunca demasiado, pero que podría servir para inducir cierta disciplina fiscal y monetaria.

Con los resultados a la vista, está claro que el acuerdo no fue suficiente; la disciplina no fue tal; la inflación se espiralizó; y las reservas del BCRA, a pesar de sucesivas ingestas de anabólicos (ingresos de dólares del FMI, “dólar soja”), siguen siendo peligrosamente escasas. Al mismo tiempo, las exigencias del cronograma de vencimientos de la deuda en pesos para 2023, después del canje y extensión de plazos de agosto, lucen tan desafiantes como las que se perfilaban en aquel entonces para este año.

El Gobierno apunta a la invasión rusa a Ucrania o al regreso de la inflación como desafío global como responsables de por qué no se pudo hacer más. Pero las dinámicas locales no tienen raíces externas. Son exclusivamente el resultado inevitable de muchos años de empecinamiento con malas políticas económicas. Argentina enfrenta entonces los mismos desafíos que enfrentaba a fines del año pasado.

Raíces internas

Desafíos que tampoco son exclusivos de los últimos dos años. Sino que se presentan recurrentemente en nuestra historia. Es como tener el pasado transformado en presente y en futuro. La dinámica política y económica, los debates mediáticos (proteger o no proteger la industria; quiénes deben pagar el Impuesto a las Ganancias), y los comentarios y respuestas políticas de los funcionarios (“no vamos a devaluar”, precios justos, acuerdos sectoriales) parecen ser una puesta en escena de un guión super gastado y bien conocido por la mayoría de los argentinos.

Incluso la expectativa de que será el próximo gobierno el que haga lo que el actual no quiere, no sabe o no puede hacer comienza a formar parte también de ese frustrante déjà vu. La duda es si esta vez el guión tendrá un final distinto.

Hacia 2023, todo parece indicar que la Administración Fernández seguirá con su estrategia de postergar soluciones e incrementar la herencia (no por cierto positiva) que le dejará al próximo gobierno. Intentará aferrarse al mantra del no vamos a devaluar guiados más por el temor a las consecuencias de una devaluación sin plan (presidente que devalúa, se devalúa) que por la convicción de que no es ni necesaria ni inexorable. Puede que busque mostrarse como fiscalmente responsable, pero la discusión presupuestaria de esta semana ya puso en evidencia las dificultades que existen (y no sólo en el oficialismo) para acotar el populismo fiscal. Dificultades que serán aún más fuertes una vez que se inicie la campaña electoral, para lo cual, por cierto, ya no falta mucho.

Puede que el Poder Ejecutivo busque mostrarse como fiscalmente responsable, pero la discusión presupuestaria de esta semana ya puso en evidencia las dificultades que existen (y no sólo en el oficialismo) para acotar el populismo fiscalPuede que el Poder Ejecutivo busque mostrarse como fiscalmente responsable, pero la discusión presupuestaria de esta semana ya puso en evidencia las dificultades que existen (y no sólo en el oficialismo) para acotar el populismo fiscal

A estas dificultades propias de la dinámica económica y política, habrá que sumarles las que escapan por completo del control de las autoridades locales y que provienen de un contexto internacional y de un panorama climático poco alentadores. En particular, otro año de sequía ya se hace sentir sobre la cosecha de trigo, la cual estará (cuanto menos) un 40% por debajo del récord de la campaña pasada. Mientras que las proyecciones de la campaña de gruesa (soja y maíz, sobre todo) también muestran caídas importantes, tanto del área sembrada como de rindes de producción. Es probable que los precios de esos productos de exportación sigan siendo favorables, pero la disponibilidad de dólares se verá resentida.

Y ya sin ingresos extra del FMI o de otros organismos internacionales, preservar incluso los bajos niveles actuales de reservas del BCRA luce imposible. Tal vez lo único que puede jugar a favor del Gobierno para poder postergar una corrección cambiaria y otras eventuales medidas antipáticas reactivas, vuelve a ser, como sucedió en los últimos años de la segunda presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, la expectativa de un gobierno con otra orientación política en 2024. Lo que pueda suceder con ese nuevo gobierno se verá afectado por cómo evolucione la macro durante el año que viene (si fracasa el aguante o no, si hay un programa más serio de estabilización o no), pero lo verdaderamente determinante será la convicción con la que aborde el ajuste y las reformas que se necesitan. Su suerte no resultará sólo de las propuestas técnicas de unos cuantos profesionales audaces y bien preparados.

Para que se pueda producir el cambio que la Argentina necesita será fundamental también que todo el nuevo gobierno empuje para el mismo lado. El Poder Ejecutivo deberá exhibir una convicción inquebrantable y necesitará del compromiso y apoyo irrestricto de todos los que conformen la coalición de gobierno. Asimismo, será necesario el apoyo de todos los que argentinos que desean el cambio y, sobre todo de los que tienen influencia sobre la opinión pública.

Costos inevitables que deberán ser informados

No será fácil lidiar con la impaciencia de propios y extraños, pero hay que ser conscientes (y habrá que transmitir el mensaje) de que los resultados de cualquier esfuerzo de estabilización que se precie de ser serio no serán inmediatos. Aún si el aguante fracasara y parte de la corrección de precios relativos se hiciera durante la gestión del actual gobierno, los desafíos del próximo seguirán siendo monumentales.

El ajuste fiscal y la disciplina monetaria deberán ser manifiestas e incuestionables; la desregulación de mercados y la modernización del Estado deben priorizarse desde la primera hora y no debería haber duda alguna de que no habrá privilegios ni privilegiados intocables, ajenos a todo ajuste.

Esta vez puede ser diferente. Podemos aspirar a una Argentina muy distinta. Pero cambio y conflicto son las dos caras de una misma moneda. El temor al conflicto paraliza y transforma al status quo en el único ganador. Obvio que hay riesgos que habrá que correr, pero el premio bien vale la pena.