Nota publicada en el diario Perfil el domingo 3 de abril:

Alguna vez escuché decir que la Argentina es la tierra de las oportunidades y que siempre lo será.  Aunque me niegue a aceptarlo, los acontecimientos de la semana que termina nos dejan con la sensación de que la Argentina es esta Argentina y no la “modelo post-2015”.  O, en todo caso, que dos años son mucho tiempo y habrá que ver cómo llegamos a ese entonces.  Surge así una visión dicotómica de la Argentina.  La Argentina post 2015 y la de los próximos dos años.  La primera merece ser vista con optimismo y entusiasmo.  La otra con preocupación y cautela.

El resultado electoral del domingo pasado permite pensar que en dos años habrá una Argentina más amigable desde el punto de vista institucional y regulatorio, con el poder en manos de políticos más moderados.  Si a ello le sumamos la presencia de factores estructurales externos e internos favorables (desde los históricamente altos precios internacionales de las exportaciones hasta los vastos recursos de energía no convencional y la elevada productividad del sector agroindustrial), se generan perspectivas muy alentadoras que se traducen en la apreciación de todos los activos físicos y financieros locales.

Pero el fallo de la Corte Suprema a favor la constitucionalidad de Ley de Medios, hizo que el foco volviese a los dos años que restan de mandato de Cristina Fernández de Kirchner y a la capacidad de daño que (directa o indirectamente) todavía posee.   La pregunta es, entonces, cómo llegamos a esa Argentina más normal?  La transición 2013-2015 está plagada de riesgos, tanto políticos como económicos, que no son triviales. Amén de todas las dudas que existen en torno a la salud presidencial, que generan preguntas tales como cuándo y en qué condiciones volverá y si volverá.

Entonces, para llegar a un escenario con otros actores y eventualmente otro modelo hay que atravesar una “transición” nada sencilla.  No será nada sencilla básicamente porque la dinámica macro está condicionada por la combinación de un abultado déficit fiscal y una estructura de precios relativos muy distorsionada.  Antes de pensar en lo virtuoso que puede llegar a ser el mediano plazo, hay que pensar cuándo, cómo y quiénes van a resolver los desequilibrios macro actuales.

Actualmente, el desequilibrio fiscal consolidado (Nación + Provincias) asciende, sin contar las transferencias de utilidades desde el BCRA, a un 4.2% del PBI.  En un contexto en el que no hay acceso al financiamiento internacional, es la financiación monetaria de dicho déficit (en los últimos 12 meses, el BCRA emitió pesos por el equivalente a un 3.2% del producto para financiar al Tesoro) la razón de los niveles de inflación que existen actualmente.  Por su parte, el déficit fiscal es consecuencia directa de la gastomanía de los últimos años, que llevó al tamaño del Estado a niveles récord históricos (aun cuando la calidad y cantidad de los bienes públicos que provee dicho Estado gigante sigue siendo en la mayoría de los casos muy pobre).

La corrección fiscal no se hará sola. Políticamente no es fácil (nunca lo fue) encarar una reducción del déficit fiscal.  Menos en una sociedad que se ha vuelto muy Estado dependiente y que aún hoy se inclina mayoritariamente por un Estado grande.  O al menos que prefiere mucho gasto público y fuerte intervención estatal. Además no será fácil hacerlo mientras se corrige la estructura de precios relativos, ya que la corrección misma tendrá consecuencias sociales y económicas para nada triviales.  Dado que la reducción del déficit no se puede encarar con un ajuste nominal del gasto, sería necesario que el gasto público crezca por debajo de la inflación.  Esto quiere decir que los empleados públicos, que los jubilados y que los proveedores del Estado deberían soportar una caída de su poder adquisitivo.  También los subsidios deberían aumentar menos que la inflación (lo que necesariamente implica que los precios de la energía y el transporte y otras tarifas de servicios públicos deberían subir significativamente sobre todo en el área metropolitana de Buenos Aires).

Por último, una estructura de precios relativos más acorde a la realidad macro y micro de la Argentina, demanda una política cambiaria más realista.  Y eso lleva a la unificación cambiaria y a una depreciación del peso superior a la inflación.  Aquí la corrección se complica adicionalmente porque algunos precios en dólares deberían subir, por lo que no se trataría sólo de que aumenten sino que lo hagan más que el promedio dado por la inflación.  Tal el caso por ejemplo de la energía.  Ahora bien, cómo se evita que esto conduzca a una espiral inflacionaria?  La respuesta está en una política fiscal consistente.  El sector público argentino ha crecido de manera desmedida, generando mayúsculas distorsiones de precios y el sector privado ya no puede acomodar más ni ese crecimiento ni esas distorsiones.  Primero fue la inflación la que lo puso en evidencia.  Y desde hace dos años la restricción externa (los dólares que produce el sector externo no alcanzan para todos los usos que queremos darles) se suma a la inflación como señal de desequilibrios que requieren a esta altura una pronta atención.

Sin embargo, sin hacer especulaciones sobre la salud presidencial, el escenario más probable es que el gobierno siga sin cambiar sus políticas, manteniendo su estrategia de aplicar parches, en un intento por llegar hasta fines de 2015.  Pero, dado el deterioro progresivo de la dinámica macro, y aun frente a un contexto internacional relativamente favorable, es poco probable que la apuesta de las autoridades resulte exitosa.  En otras palabras, si los desequilibrios macro continúan siendo ignorados, resulta improbable que no se produzca alguna “turbulencia” en lo queda hasta la asunción de una nueva administración.

En síntesis, el resultado electoral permite ver el post-2015 con optimismo.  Pero si había algún distraído, ya no y hoy está claro también que hay dos años más de gobierno K por delante.  La corrección de los desequilibrios macro resultará tanto más costosa cuánto más se la posponga en el tiempo y cuánto menos proactiva y organizada resulte.   La experiencia argentina indica que las “cosas pasan” y muchas veces pasan de la peor manera.