Eficacia y mayor libertad económica son claves para alcanzar el desarrollo.

Por Luis Secco, director de Perspectiv@as económicas

A la luz de los fichajes de último momento en la conformación de los frentes y las listas de candidatos para las próximas elecciones presidenciales, ha quedado claro una vez más que lo único que importa es ganar. Lo cual puede no estar tan mal, pero no deja de producir un sabor amargo. Al menos para aquellos que nos preguntamos qué hay después de ganar. Porque no sería la primera vez que se logra construir una alianza electoral exitosa y eventualmente un andamiaje de gobernabilidad también exitoso pero que no se plasma en una estructura capaz de gobernar. Esto es, una estructura de gobierno con la capacidad de formular una agenda y de llevarla a la práctica.

Incluso el gobierno de Mauricio Macri ha sido muy exitoso a la hora de generar gobernabilidad. Sin ir más lejos, y tomando sólo los datos macro conocidos en las últimas dos semanas (inflación minorista de 57% anual; caída del PBI de 5.8% anual, de la inversión del 25% y del consumo privado del 10% en el primer trimestre del año; desempleo de dos dígitos por primera vez desde 2006; pobreza récord del 32%), si nos hubiésemos planteado que esos serían los números con los que se arrancaría la recta final hacia las PASO presidenciales, pocos se hubiesen animado a vaticinar que el Presidente llegaría con chances de ser reelecto. Y es probable que algunos incluso se hubieran arriesgado a pronosticar algún final parecido al que tuvieron todos los gobiernos no peronistas que lo precedieron desde la vuelta de la democracia.

¿De qué sirve la gobernabilidad?

Pero de nuevo, la pregunta relevante sigue siendo ganar elecciones y gobernabilidad para qué. Para hacer qué. De qué sirve la gobernabilidad si no es para resolver problemas concretos. Si no se mejora la calidad de vida de las grandes mayorías y si no se logran crear condiciones para que las próximas generaciones alcancen niveles de bienestar y de equidad superiores a los de las actuales.

Hasta no hace mucho, todas las fuerzas políticas, incluyendo el oficialismo, parecieron confluir en la idea que la gobernabilidad y la agenda de gobierno vendrían de la mano de un gran pacto o acuerdo nacional o de un nuevo contrato social. ¿Pero es eso realmente posible? Hoy hay una “grieta”, un abismo, a nivel de la sociedad argentina y en sus principales expresiones políticas en relación a una serie de cuestiones básicas que son el “ABC” de la organización económica de cualquier país: Estado grande o Estado pequeño; libertad de mercados o mercados regulados o muy regulados; economía abierta al comercio internacional o economía cerrada y protegida; impuestos altos que recaen sobre unos pocos o impuestos bajos que recaen sobre todos; más competencia o más corporativismo, prebendas y capitalismo de amigos; inversión privada o inversión pública; libertad de contratación o sindicatos fuertes; y eso sólo para plantear algunas antinomias.

Lamentablemente, no parece ser que se puedan zanjar estas visiones antagónicas, que hacen a la definición de un modelo de país, en la mesa de negociación de un gran acuerdo social. No al menos rápidamente, ni tampoco en una mesa de la que participen todas las principales expresiones políticas y sociales de la Argentina actual.

Una lista de condiciones

Al mismo tiempo, tendemos a pensar que existe un set, una lista de condiciones que deben cumplirse para que se pueda avanzar en la formulación y la aplicación de una agenda de gobierno que nos saque definitivamente de este fracaso: mayorías parlamentarias, poder territorial, un buen equipo de gobierno (con nivel técnico y capacidad de comunicar), apoyo internacional, audacia y liderazgo. Hemos esperado largos años en el pasado para que se dieran sin demasiado éxito. Y a priori luce difícil que se den todas estas condiciones a partir de diciembre próximo.

Y entonces… cómo se puede evitar caer de nuevo en el más de lo mismo, en seguir repitiendo viejas recetas; en ese status quo que, salvo algún maquillaje circunstancial y efímero, ha hecho de la Argentina el único país que desde la postguerra lejos de desarrollarse se ha subdesarrollado. La presión por resistir al cambio se entiende de parte de sectores que se benefician de la situación, la clase política que sobrevive gracias al pobrismo y algunos sectores que se benefician de la protección y la falta de competencia, pero no se justifica en una situación de fracaso generalizado, salvo por el temor que produce precisamente el cambio; el futuro desconocido. Michael Spence, Premio Nobel de Economía en 2001 y expresidente de la Comisión de Crecimiento y Desarrollo, en su libro La Convergencia Inevitable (Taurus 2012) sostiene: “En los casos de crecimiento sostenido, el liderazgo al más alto nivel resulta crucial. Un liderazgo generoso y participativo, incorrupto y capaz de construir un consenso alrededor de una visión convincente de lo que puede ser el futuro y lo que costará llegar hasta allí (incluyendo sacrificios) es algo muy poderoso, especialmente en las primeras fases, cuando todavía no hay resultados a los que poder señalar.”

Condición necesaria pero no suficiente

Pero si bien, ese liderazgo es una condición necesaria para salir del fracaso de crecimiento que es la Argentina, y podría suplir la ausencia de algunos de esos ingredientes ideales a los que hacíamos referencia en el párrafo previo, no es tampoco una condición suficiente. Spence señala que un cambio efectivo solo puede venir desde adentro del propio país y que ha llegado a la conclusión que, “el éxito económico está muy correlacionado con la combinación de los siguientes cuatro atributos”

1. El gobierno se toma en serio el crecimiento y los resultados económicos.

2. El grupo que está en el gobierno tiene unos valores que le mueven a actuar por el interés de la gran mayoría (en lugar de por sí mismo o de algún subgrupo definido de cualquier manera).

3. El gobierno es competente y eficaz y elige una estrategia viable de crecimiento económico que incluye la apertura a la economía global, altos niveles de inversión y una fuerte orientación al futuro.

4. La libertad económica está presente y respaldada por el sistema legal y políticas regulatorias.” Es difícil. Pero, ¿es tan difícil? En el mundo actual, el fracaso económico es más la excepción que la regla. Claro, si se repasa la historia argentina reciente sólo parece quedar margen para el pesimismo.

Por otra parte, si se mira para adelante, dada la oferta electoral, las chances de tener éxito parecen reducirse a que Mauricio Macri sea reelecto en las próximas elecciones presidenciales. Pero incluso en este escenario el Presidente deberá, desde el arranque, ser muy contundente tanto en la definición y comunicación de su agenda como en la implementación de la misma. Cualquier otro camino, el que podría querer transitar la oposición peronista, o el de la estabilización y cambio gradual y a cuenta gotas que propuso hasta aquí el oficialismo, corren el riesgo (aunque a diferentes velocidades, tal vez) de terminar en una nueva turbulencia o corrección macro. Que como ya sabemos, tiene costos y no siempre viabiliza los cambios necesarios.

Las oportunidades de salir de esta historia de crecimiento elusivo y de fracaso colectivo, por cierto, no abundan. La clave pasa, en el mejor de los casos, por no quedarse en creer, una vez más, que su mera existencia asegurará un resultado positivo.

Fuente: https://www.clarin.com/economia/economia/agenda-gobierno-saque-definitivamente-fracaso_0_VrSf4rd-a.html